VILLAS Y PARQUES DE ITUZAINGO


En Parque Leloir, en la zona norte, atravesando la avenida Gaona, entre las de Martín Fierro y Las Cabañas, es un fascinante paraje de ensueño, cubierto por hermosos vergeles y añosas arboledas. Elogiosos comentarios hay que añadir a las pomposas y galanas residencias que emergen de los bien cuidados parques, juntamente con los elegantes natatorios y las pulcras caballerizas. Claro está que cada una de las señoriales mansiones responde a un afortunado mortal que cada fin de semana llega a sus puertas para descansar de la febril actividad ejecutiva desarrollada en el transcurso de los días de labor, o simplemente para extasiarse ante tanto prodigio de la naturaleza, acicalado y atildado por la mano de sus servidores.
Complementando esta maravilla, sus sinuosas calles y caminos interiores –estupenda obra urbanística- llevan nombres de afamada gente de letras, de danzas y folklore, precisamente de cuanto hace al acervo gauchesco. Ese verdadero edén, donde sobran motivos para sentir con orgullo lo privilegiado del sector, silencioso, bucólico y perfumado, se llama Parque Leloir.
Las anomalías en la apertura de las nuevas calles del loteo de la antigua quinta Delfino, con más de 500 parcelas sobre Alvear y 600 sobre Camacuá, hacia Bacacay y hasta Rivadavia, respectivamente, originaron muy pocos días antes de la subasta corridas del vecindario que había observado cómo se abrían las calles en forma totalmente arbitraria, sin respetarse la alineación y además trazar tres pasajes de distintas longitudes, cerrados en su extremo este. Significaba ello un real atentado edilicio, y todo por el solo hecho de no demoler una construcción, que aunque valiosa, no dejaba de ser ya antigua y abandonada.
Por la oportuna intervención, si bien tardía, de un grupo de vecinos y un concreto planteo al intendente municipal escribano Bonora, se pudo corregir en parte el mal inferido, mediante la apertura de una nueva calle, La Cifra, rebautizada con el nombre de Medeiros. Luego de unos años, siendo intendente el señor Albistur Villegas, el Concejo Deliberante hizo rectificar la calle Juncal, enmendando una nueva parte del entuerto, pero en ningún momento podrá ya subsanarse el error vial en dicha zona.
La casona de Santa Rosa y Rivadavia fue levantada en 1860, la mejor del lugar y no habría tal vez más de tres o cuatro ranchos de material y de buena construcción, con su consabida reja protectora. En ella, Antonio Beltrame y Juan Semaría establecieron una pulpería que fue muy concurrida. Llegaban allí la paisanada y los reseros que, viniendo de Gaona para Santa Rosa, al frente de tropas vacunas, solían detenerse para reponer fuerzas con largos tragos al tiempo que los animales apaciguaban la sed en los bebederos.
El comercio, a partir de 1875 fue explotado por don Felipe Pastré y la pulpería se transformó en almacén. Luego, la finca fue ocupada por la familia Beltrame. Los años, más de cien, no han hecho mella alguna en la sólida construcción que sigue desafiando al tiempo mismo.
Las tierras del basural San Alberto, con un total de más de 43 hectáreas, enclavadas en la zona noroeste y lindando con el distrito de Merlo, pertenecieron al Ministerio de Educación de la Nación. Por ley 14986 el Congreso Nacional las transfirió a la Municipalidad de Morón que las convirtió en depósito de los residuos domiciliarios del Partido. La resolución tuvo por finalidad rellenar esa amplia fracción rural anegadiza.
En los basurales se establecieron inmediatamente los criaderos de cerdos y gran número de “cirujas”, creándose una situación molesta para los vecinos del lugar, que una y otra vez se opusieron vigorosamente a la entrada de camiones y carros recolectores. En vista de estos obstáculos se procedió luego a efectuar la descarga de las basuras mediante el sistema de “rellenamiento sanitario” pero la medida siguió siendo igualmente resistida por aquellos, que con estoicismo debieron soportar las más variadas plagas y aun la desvalorización de sus predios.
Los inspectores municipales de los partidos de Morón y Merlo lucharon durante años tratando de eliminar el comercio de los cerdos alimentados con desperdicios de toda clase, pero ocurría algo original cuando se disponían a intervenir: los animales, con mucha maestría, como si fueran enseñados pasaban de tierra de Ituzaingó a tierra de Merlo, es decir, cruzaban la línea divisoria de los distritos comunales, según la circunstancia lo exigiera, con lo cual contribuían a burlar las inspecciones. Alguna que otra vez, sin embargo, se los pudo sorprender, secuestrándose una cantidad de cerdos, cuyas carnes, al ser decomisadas, se enviaban a los asilos y hospitales.
En febrero de 1963, el Departamento Ejecutivo, con el objeto de dar principio de solución al grave problema de la falta vital de tierra y estar colmada la capacidad de inhumación en el cementerio de Morón, proyecta destinar a ampliación del mismo trece hectáreas de las 43 que componen la fracción del basural.
Aun no estando el lugar equidistante de todas las zonas del Partido, no fue posible obtener otro sitio más adecuado. Paralelamente, se consideró arrendar por 99 años los 105 lotes para bóvedas que resultaron de la subdivisión efectuada en el cementerio central y cuyo producto de venta a reservarse para el presupuesto de 1966, sería destinado a las ampliaciones del citado campo santo. Allí daríase sepultura a los cadáveres que van inhumados directamente a tierra.
Entre los barrios de mayor predicamento, por la densidad de la población y sus mayores adelantos, con características propias en lo comercial, cultural y religioso, situada al noroeste de Ituzaingó, limitando por el este con Castelar, del cual la separa la avenida Santa Rosa, se encuentra Villa Ariza. Su fundación se remonta a principio de este siglo, en 1907, cuando el señor José María Ariza compra a don Bernardo Etchebohum una gran extensión de tierra, con el propósito de formar un pueblo. Constituye a sus efectos la empresa E. H. Pesquié y Cía. Y tiene como inmediato colaborador y realizador de sus inquietudes a don Antonio Florit.
El parcelamiento dio origen a una singular afluencia de pobladores que se dedicaron a la rápida construcción de viviendas. Pronto se instaló en el domicilio de la familia de Celestino Galuzzi una escuelita, que más tarde pasó a otros sitios y definitivamente en el solar de las calles Defilippi y Oribe. El 24 de mayo de 1914, con la asistencia del intendente de Morón, don Ernesto F. Grant, un grupo de asociados inauguró una línea de tranvías a sangre, uniendo la villa con la estación del ferrocarril. Hacía el recorrido por las calles Lavalleja, Defilippi, Olavarría, Alvear y Las Heras; el mismo itinerario que cumplía al regreso.
En 1926, el servicio se efectúa sobre rieles con el acoplamiento de un motor Ford, estando a cargo del mayoral Pergolesi la conducción del vehículo. Dos años después, la sociedad bancaria Supervielle y Cía. De Buenos Aires compra la empresa tranviaria y mejora la línea. En 1935 activa la venta de 300 lotes, 30 chacras y 20 quintas, a 120 meses de plazo, con precios desde cuatro pesos la cuota. Los anuncios de venta, para reforzar la oferta, indicaban que poseían afirmado y tranvía local a motor, con coches para 20 pasajeros, combinados con la estación de Ituzaingó.
Concedíanse, además, otras ventajas: 10.000 ladrillos gratis y 10.000 más pagaderos en 36 cuotas mensuales, puestos sin cargo sobre el terreno;  planos de construcción gratis y en condiciones de ser presentados a la Municipalidad; pasaje libre en el tranvía a Ituzaingó por un año o en colectivo a Castelar. Imponíase en cambio la condición de edificar antes de los seis meses.
El señor Ariza era un acomodado industrial en tabacos, y su particular sistema de propaganda para con los fumadores era entregar lotes de terreno en premio.
En 1932 llega a la villa el alumbrado eléctrico y al año siguiente se inicia la pavimentación de las calles principales, Paysandú y Lavalleja, seis cuadras de la primera y tres de la segunda. Sólo en 1959, con la creación de la Cooperativa de Pavimentación de Villa Ariza, prosigue la construcción de nuevos afirmados, que inauguró el gobernador Dr. Oscar Alende.
En 1933 el señor Ramón Querel obtiene la concesión para la explotación de un transporte colectivo de pasajeros, de Castelar a Villa Ariza, al precio de 10 centavos el boleto. Otro vecino, que fuera concejal de Morón, y cuyo nombre lleva la calle principal de la zona, don Nicolás Defilippi, fue un hombre activo y laborioso, que aportó su experiencia y capacidad, logrando mejoras para el barrio.
Igualmente corresponde destacar la obra realizada por un grupo de esforzados pobladores con la fundación de la sociedad de fomento, a la vez club social y deportivo, que tomó a su cargo numerosas tareas, inclusive la edificación de la sala de primeros auxilios.
Tras la labor espiritual del P. Ambrosio, llegando el año 1958 se inicia el rezo de la misa en la escuela nº 13 y, finalmente, en 1959 se levanta en las calles Colonia y Chilavert la iglesia parroquial, puesto bajo la tutela de Ntra. Sra. De Fátima. Se instala también una delegación policial que permanece, empero, clausurada largo tiempo por falta de personal, y que vuelve a funcionar en 1970.
En la zona estaban las quintas Revello, Arcansol, Portas y los chalets Santa Rosa y Roca, de Agustín R. Martineau.